Con ocasión de una nueva celebración de la Navidad, el titular de la Diócesis de Reconquista compartió pensamientos para «disponernos mejor a contemplar al Dios hecho hombre, el cual asume la condición de niño en el Portal de Belén».
“DEJEN QUE LOS NIÑOS VENGAN A MI” (Mt 19,13)
Él vino a nosotros como niño indefenso. Jesús recorrió todo el trayecto que realiza un ser humano, desde sus inicios en el vientre materno hasta el paso hacia la vida en plenitud. En esto se verifica la afirmación de “El Hijo de Dios se hizo hombre en vistas a la pasión, muerte y resurrección” (cf. atribuido a Agustín, Sermón 185,1).
Con ternura contemplamos la imagen del niño Dios en nuestras Iglesias, en los pesebres, en las representaciones de niños y jóvenes. Y nos hace bien hacerlo. Pero evidentemente la navidad no puede quedarse en una mezcla de emoción y sentimientos. También tiene que reconocer en los niños y niñas del presente, la presencia del Dios hecho hombre, especialmente de aquellos en quienes la vida es maltratada.
La navidad, celebrada en nuestro tiempo, es reconocer al Señor en todos los niños y niñas, velar y cuidar de ellos. Desde su concepción y en sus primeros pasos de su desarrollo. Tristemente, muchos de ellos, por una visión cultural y legal reñida con los principios inscritos en la creación, son descartados antes de nacer. “En Ramá se escuchó un grito…es Raquel que llora a sus hijos y no quiere ser consolada, porque ya no existen” (Mt 2,18; cf. Jer 31,15). Hoy, la sangre de los inocentes sigue clamando al cielo, mientras nosotros decimos ¡Feliz Navidad!
Siendo estas acciones de las más aberrantes y dolorosas de nuestro tiempo, también debemos fijar nuestra atención en los niños y niñas en sus primeros años, y revisar nuestra actitud de cuidado y atención hacia ellos. Hay ejemplos y testimonios magníficos en este sentido. Personas que serían capaces de dar su vida por la de un niño…
Pero también hay penumbras y aspectos oscuros que nos debieran preocupar y comprometer. Pienso en la desnutrición infantil, en la desatención durante el desarrollo de los pequeños, en el maltrato y la explotación, en la violencia verbal y violencia física que sufren a diario muchos niños, en el descuido de la salud, donde se impone una visión comercial de la medicina, que después golpea en situaciones concretas y deja familias quebradas; el déficit en la atención médica prioritaria a los pequeños es una emergencia que no podemos desconocer. No menos atendible es el calvario que muchos niños, con sus familias deben vivir, simplemente por tener capacidades diferentes.
Otra forma especialmente dolorosa de falta de cuidado hacia los más pequeños son los abusos a los menores en la sociedad actual. Lamentablemente, también en la Iglesia. Hay de quien escandalice a un niño, nos dice Jesús (cf. Mt 18,6). Hace poco tiempo atrás, el Papa Francisco expresaba con claridad que “Estamos yendo adelante, pero no dejan de haber casos de este tipo, y no se puede decir no sabíamos o era la cultura de la época. La Iglesia en esto es decidida. Estamos trabajando en todo lo que podemos, aunque hay gente que aún no lo ve claro…cuesta mucho tomar conciencia de la gravedad de este mal…” (cf. Francisco, Diálogo en su viaje de regreso desde Barhein).
Incluso, hay personas que vaya a saber por cuales motivos retorcidos y con una extraña concepción de la misericordia, terminan defendiendo a los victimarios y cancelando a las víctimas, que muchas veces son niños. No hay razones para pensar a priori que un niño puede ser responsable de padecer un abuso. Nada justifica una posición de este tipo.
Y podríamos seguir. No quiero quitarle alegría a la Navidad con un mensaje de estas características. Pero hay algunas cosas que no se pueden callar. No puedo callar. Y que tenemos que revisar, para no ser silenciosos cómplices de una tendencia a despreciar a los más pequeños y a “borrarlos del mapa”.
Por todo lo expuesto, convoco a todos los sacerdotes y diáconos, consagrados y consagradas, a las parroquias, movimientos y asociaciones, especialmente a los grupos pro-vida, a los grupos que acompañan a las mujeres en su embarazo, a la Comisión Diocesana de Prevención contra los Abusos de Menores y Personas Vulnerables (CO.P.A.A.E), con quienes he conversado sobre estos temas, a dedicar un día de oración y ayuno, el día 28 de diciembre, conmemoración de los Santos Inocentes, porque los niños tengan el lugar que les corresponde en nuestra Iglesia y nuestra sociedad, y que podamos cultivar una clara cultura del cuidado y la protección de los menores y personas vulnerables.
“Dejen que los niños vengan a mi” (Mt 19,13) nos dice Jesús. Él se presentó como niño, y hoy asume el rostro de todos los niños que nos rodean, en particular, de quienes necesitan de nuestra atención especial. Tratemos de vivir con realismo y esperanza esta Navidad, haciendo diferente la vida de los más pequeños.
Esta atención creyente y sincera al mundo de la infancia nos predispondrá de un modo más lúcido al próximo “Año Diocesano de los Jóvenes”. Feliz Navidad. ¡Dios los colme con su paz!
Obispo Ángel José Macín – Sede Episcopal de Reconquista