El sacerdote Néstor Monzón habló al finalizar la audiencia donde se trataron los alegatos de clausura y en la previa de la sentencia que podría dejarlo varios años en la cárcel o absolverlo.
Monzón comenzó hablando de que en el momento en que decidió ser sacerdote tenía una novia con quien planificaba casarse y tener hijos.
«Yo no fui al seminario de un día para el otro, era catequista, estaba en el grupo de jóvenes, participé de muchas jornadas junto a otros jóvenes hasta que una vez fui invitado con otros amigos a un encuentro vocacional. Ese encuentro vocacional fue distinto, aunque yo de niño y adolescente había participado de campamentos vocacionales que eran culturales, religiosos, recreativos, pero este fue distinto y marcó un antes y un después en mi vida», comenzó diciendo Monzón.
«Me llegó profundamente la vida de un misionero, un sacerdote, que fue enviado a una isla maldita, donde nadie quería ir porque a esa isla iban a morir los enfermos de lepra. Él llegó a ese lugar y trataba a esta gente como un padre, lo respetaban y era cordial para esa gente. Esa gente lo único que tenía seguro era que iba a morir y él les daba el ánimo de vivir, les daba vida y les daba las esperanzas. A esa gente que había sido descartada totalmente por esa enfermedad, a tal punto que él también muere contraído por esta enfermedad», siguió.
«Pero no fue solo eso. Luego de esto, en un momento de reposo, de oración, de adoración frente al Santísimo comencé a sentir que Dios me llamaba a ser sacerdote. Sentí que yo también quería ser sacerdote, que yo también quería dar la vida por los demás. Esto lo tuve que confirmar que era un deseo de Dios, que no era fruto de un deseo mío por querer hacer algo por los demás o de mi sensibilidad, sino que era un llamado de Dios. Por eso tuve que buscar ayuda, la de otro sacerdote con más experiencia, que tenía un camino recorrido para ayudarme a descubrir mi vocación, porque la vocación nadie se la da y nadie se elige a sí mismo: Dios es el que elige», continuó Monzón.
«Después todo esto lo tuve que compartir también con monseñor Sigampa que fue quien me recibió y el que me presentó al Seminario. Recuerdo aquella siesta de verano que me regaló una carta del Papa San Juan Pablo II dedicada a los jóvenes. Refería a aquel llamado vocacional que Jesus le hiciera a ese joven rico que tuvo miedo de seguirlo».
«Todo esto lo tuve que compartir con mi familia, mis amigos y hasta con mi propia novia. Luego de haber entrado al seminario y a poco de haber sido ordenado sacerdote tuve la dicha de poder bendecir su matrimonio, luego de bendecir a sus hijos y a su familia, lo cual a mi me llenó de alegría y de mucha paz porque vi que ella también descubrió su vocación, formar una familia y ser feliz».
«Si bien yo no tengo una familia propia, no tengo esposa e hijos, pero tengo a mis padres ancianos, tengo hermanos, tengo 30 sobrinos que son mis hijos, así lo siento yo, porque a muchos de ellos los bauticé, les dí la comunión, todavía los sigo acompañando y algunos están en la Universidad».
«Este vínculo con mi familia también lo siento con la gente, con las familias que me hicieron parte de sus familias, porque pude estar en el nacimiento de sus hijos, del bautismo, en la comunión, en los momentos lindos y agradables, pero también en los momentos dolorosos cuando tenían que sufrir la pérdida de algún ser querido».
«Quiero decirles también que no tiene sentido para mi seguir si me quitan lo que yo tengo para dar que es el servir y amar a la iglesia. Cómo podría mirar yo a mis sobrinos. Cómo podría seguir viviendo, ser sacerdote, si yo hubiera cometido este delito grave del que me acusan. ¿Qué sentido tendría para mi seguir viviendo, predicando el amor de Dios? Yo hubiera preferido la pena de muerte antes que dañar a los niños que son los preferidos de Jesús, que son lo más santo y lo más puro de Dios», siguió.
«Por eso si me dan permiso, yo quiero hablarle a los padres de estos niños», dijo y pese a que el tribunal le pidió que se dirigieran a ellos y no a los padres de las víctimas Monzón siguió. «A vos Andrea, a vos Roberto, no tuve la posibilidad de tener un contacto personal, no tuve como vecino un vínculo fuerte, lo veía. Quizás un fallo les daría mucha felicidad, pero si yo pudiera hoy mirarlos a los ojos, mirarlos a la cara, les diría que tengan la certeza, que tengan la seguridad que yo jamás toqué a tu hija, jamás dañé a tu hija, creemelo, creemelo, jamás toqué a tu hija. Lo mismo a vos Roberto que dijiste que pedirías disculpas, que pedirías perdón, no, a mi no me pidas perdón, yo lo único que quiero es que tengas la paz, la certeza y la seguridad que jamás toqué a tu niño, que jamás toqué a tu hijo»
«Esa es la verdad que a mi me sostiene, que yo jamás toqué a esos niños, a estos hijos», finalizó.
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